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¿Cómo se hace un político?

Artículo de Alberto Martínez Romero

Lo conocí allí, en 1989, en las tenebrosas aulas del «España 18», sirviendo a la patria de una manera extraordinariamente sutil: pegando barrigazos, sufriendo vejaciones, cuadrándote ante subnormales…

Él era un político en activo, un chico moderado. Pertenecía a un partido que me cae simpático por dos razones:

1) Porque ha dejado de existir.

2) Porque carecía de ideología concreta.

Aunque en el fondo de mi alma he de reconocer que le despreciaba por carecer de esa aureola que confiere el fanatismo o, al menos, ciertos fanatismos.

Desde el principio él fue allí eso: El POLÍTICO.

Se le trataba con una cierta deferencia, de una manera especial. Pese a su juventud, ostentaba un cargo de cierta responsabilidad en el organigrama de su partido, y, claro, los militares tampoco son tontos y no querían quedar mal con alguien que de alguna remotísima manera podía hacer caer la noche sobre su futuro.

Aunque tenía buen color y parecía sano, mi amigo presentó un listado de dolencias que le impidieron darse las mismas palizas que el resto, como sin duda él hubiera deseado: «A los dos nos interesa que te licencien cuanto antes», le dijo un día el prudente y siniestro capitán Avenza delante de toda la compañía.

Yo pensaba que iba a durar un mes y medio; duró un mes y veinte días.

Pese a ser un chico tranquilo, el tipo tenía agallas. Una mañana, un cabo primero (al que llamábamos familiarmente «el repartidor», por su curiosa manera de distribuir las cartas a los reclutas: las tiraba directamente al suelo y había que agacharse a recogerlas) se le puso chulo. Mi amigo lo miró de arriba abajo y le dijo:

—Pero, basura, tú sabes con quién estás hablando. Dentro de 15 días, cuando me largue de aquí, con un par de llamadas puedo fulminarte; pero, ¿es que no te das cuenta?

El pobre «repartidor» se vino un poco abajo y acabó pidiéndole perdón y rogándole que no se lo dijera a sus superiores. Creo recordar que hasta le pidió una carta de recomendación. En fin…

Aunque estaba de baja y muchas de estas cosas no le afectaban personalmente, a su espíritu solidario le dolía que te pudieran meter 15 días de arresto por comerte un «pandorino» en la compañía; jugarte la vida en el campo de tiro por las locuras del capitán; el racionamiento de agua después de la instrucción: no podías ni beber ni lavarte a determinadas horas, ¡hasta ahí podíamos llegar!; la comida asquerosa que nos endilgaban y cosas así de asadas.

15 días después de su marcha, un joven político en activo publicó en un periódico regional un artículo laudatorio acerca del Ejercito, del trato «correctísimo» de los oficiales con sus reclutas, de la alegría de los jóvenes por defender su terruño y cosas por el estilo. ¿Adivináis quién lo escribió?

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